A las 0.43 horas del domingo 9 de noviembre de 2003, los carros B18 y H18 fueron despachados a un incendio en la multitienda Falabella, ubicada en la intersección de las avenidas Nueva de Lyon y Providencia. Luego, a las 3.45 horas, el Z18 también salió al lugar.
“Yo recién me había integrado a las filas de la 18, llevaba exactamente 12 días de bombero, y una de las cosas que me preguntaba era cuándo y dónde iba a ser mi primer incendio. La respuesta llegó más rápido de lo que pensaba”, comenta Felipe Lorca, quien esa noche se encontraba en su casa celebrando el cumpleaños de su papá y compartiendo junto a otros bomberos de la compañía que habían sido invitados. “Existía mucho tráfico radial, porque B3, B13, B14 y Q8 se encontraban trabajando en un 10-0 (clave de llamado estructural de la época), cuando en eso escuchamos
la ampliación del preinforme del teniente primero de la Tercera: ‘Se trata de gran emanación de humo desde el subterráneo de tienda Falabella, se está tratando de llegar al foco del fuego’, señaló y luego dio la alarma de incendio. Junto con los bomberos que se encontraban en mi casa nos dirigimos al lugar porque la 18 había sido despachada. Yo me fui en el auto de Cristóbal Monardes”.
La B18 concurría a cargo del voluntario Cristián Sepúlveda y su tripulación estaba compuesta por nueve bomberos de la Guardia Nocturna. Su primera misión sería armar a grifo para alimentar a B1. Los dieciochinos cumplieron con la tarea y, además, desplegaron una armada base hasta una de las entradas de Falabella, desde donde se alimentaron dos pitones de la compañía.
Este incendio fue muy complejo, razón por la cual la Decimoctava trabajó por espacio de quince horas seguidas. Algunos análisis posteriores, por ejemplo el publicado en www.14.cl por Andrés Márquez, describen las condiciones que hicieron de esta emergencia un evento singular. En su presentación se indicaba que este siniestro se desarrolló en un inmueble que presentaba una arquitectura compleja, con poca accesibilidad, con un fuego concentrado en el subterráneo, el que contenía una importante carga de material combustible y con posibilidad de propagarse rápidamente de manera horizontal y vertical. El trabajo se desarrolló con una baja a nula visibilidad, por lo que el fuego permaneció oculto por largas horas en un ambiente con una gran concentración de calor, lo que dificultaba la operación de los bomberos.
Dentro de las diferentes experiencias de los integrantes de la 18, se destaca la vivida por Sebastián Roblero: “Yo no tripulé en la máquina esa noche, pero rápidamente me hice presente en el lugar. Recuerdo que en las primeras horas del incendio quedé designado en un equipo de relevo y, en ese rol, pude escuchar lo que decían los bomberos que salían: ‘Todavía no ha sido posible acceder al foco principal, hay mucho calor en ese subterráneo’. Ya habían pasado algunas horas y el trabajo era infructuoso. En eso llegó mi hermano Claudio (Roblero), conversamos y rápidamente nos pusimos de acuerdo para formar pareja e ingresar. En ese instante fui donde Felipe Arancibia y le dije: ‘Teniente, por favor, dame una línea de vida junto con un pitón y te aseguro que encontraremos el foco del incendio’. Él me miró, pensó un momento y me dijo: ‘Dale’. Sin perder tiempo, preparamos los equipos autónomos, tomamos la cuerda junto a un par de mosquetones y entramos. Claudio adelante, yo de pitonero y un tercer hombre atrás mío, de quien no recuerdo su nombre”. Sebastián Roblero prosigue en su relato: “El calor era tremendo, se sentía por todos lados, se podía ver como el agua hervía sobre el suelo. Avanzamos unos pasos y ya no se podía ver nada. En nuestro camino tuvimos que sortear muebles, maniquíes y escombros varios. No fue nada de fácil avanzar, pero íbamos decididos. De repente llegamos a una estructura metálica que protegía un hoyo donde se construiría la caja de escalas del nivel. Ahí el calor era insoportable, al punto que mi ayudante pitonero comenzó a quemarse y, entre su desesperación, tuvimos que mojarlo para mitigar el efecto de la temperatura. Mientras resistíamos las altas temperatura, Claudio se asomó por entre los fierros que protegían ese hoyo y logró divisar el foco de fuego. ‘Lo pillamos, huevón’, exclamó. Me acerqué y pude ver la totalidad del piso inferior en llamas. Me enfrentaba sin lugar a dudas con el incendio más grande que me había tocado participar alguna vez y, además, el más complicado por su condición de confinamiento”.
Los minutos que siguieron fueron intensos. “Felices porque habíamos cumplido con la misión, amarramos la línea de vida a la estructura con el objetivo de orientar al resto de los equipos que entrarían posteriormente. Cuando pensaba que nos devolveríamos, Claudio me pidió que lo afirmara de la cuerda que estaba atada al cinturón de su uniforme, se pasó entre los fierros de esa estructura metálica, se posicionó de rodillas, me pidió el pitón y se inclinó soportando su cuerpo en la cuerda que yo sostenía. Luego abrió el pitón y comenzó un ataque directo al fuego. Tengo grabada esa imagen como si fuera una película, porque el nivel de adrenalina fue muy alto”, describe Sebastián Roblero. “Nuestras cotonas eran de cuero, así que tuvimos que soportar el vapor caliente ingresando por nuestras mangas y cuellos. Fueron momentos de mucho dolor y, a veces, desesperación. A mí me ayudó a mantener la razón la cuerda que en todo momento tuve que sostener con mis manos, porque no podía fallarle a mi hermano. Él había depositado toda su confianza en mí. Si yo la soltaba, él se caería a la planta de abajo donde estaba el fuego”, agrega el voluntario.
“No sé cuánto tiempo pasó, pero sentí que fue una eternidad”, concluye Sebastián Roblero. “Finalmente logramos bajarle la intensidad al fuego. Junto con lo anterior, identificamos una escalera de construcción que llegaba al primer piso, la que fue utilizada por el resto de las compañías como vía de acceso al incendio”, añade. Felipe Lorca, quien en una primera instancia había ayudado en la armada de grifo, se aprestaba a ingresar al incendio: “Recuerdo que estaba muynervioso porque desde los accesos de Falabella salían unas densas columnas de humo y, además, había escuchado de las peligrosas condiciones que tenía ese lugar. Hubo un minuto que pensé derechamente en no ingresar. Cuando llegó mi turno, conecté la máscara de mi equipo autónomo e ingresé sin darle más vueltas al asunto. Avancé junto a Sebastián Roblero, quien había ingresado por segunda vez, y Rafael Morales. Por espacio de 25 minutos combatimos el fuego hasta que se nos comenzó a acabar el aire. Yo estaba muy asustado por la falta de visibilidad, las altas temperaturas y el ruido. Luego, a lo largo de las horas, volví a entrar varias veces más, al igual que todos mis compañeros de la 18. El nivel de capacitación y entrenamiento que habíamos alcanzado en esa época rindió sus frutos, ya que fue un incendio muy complicado. Un buen entrenamiento resulta clave, así lo sentí ese día en mi primer incendio, cuando puse a prueba todo lo que se me había enseñado en el curso de aspirantes”, concluye.
Sebastián Roblero dice que el incendio de Falabella es uno de los que más recuerda en su trayectoria bomberil: “El esfuerzo que hicimos fue tremendo, pues en mi caso entré más de una decena de veces a ese subterráneo. Personalmente creo que el trabajo de la 18 fue extraordinario, porque pudimos colaborar significativamente con la extinción del fuego, trabajando dentro del marco de nuestros procedimientos y sin ningún accidentado”.
A cargo del acto de servicio estuvo el comandante Sergio Caro Silva y al mando de la compañía quedó el capitán Marco Antonio Cumsille. La Decimoctava se retiró del lugar a las 15.37 horas, con una asistencia de casi 50 bomberos.
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