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Un hongo químico en Lo Espejo

Actualizado: 22 ene

El domingo 17 de diciembre de 1995 ocurrió una emergencia de grandes proporciones que cambió la forma de gestionar el manejo de las sustancias peligrosas en la industria chilena. Poco antes de las 10 horas, un voluntario del Cuerpo de Bomberos de La Cisterna (hoy Cuerpo de Bomberos Metropolitano Sur) que pasaba por el lugar dio la alarma de incendio en las instalaciones de la empresa Mathiesen Molypac, en Lo Espejo. Ese día la Decimoctava se encontraba citada a ejercicio de compañía. “A las 10.30 horas nos reunimos en la plaza Benito Juárez para desarrollar el ejercicio del mes. Recuerdo que yo estaba indignado por la poca asistencia de voluntarios”, comenta el capitán de la época, Jaime Miranda González.

 

Mientras se desarrollaba el ejercicio, los escasos asistentes se enteraron de este incendio químico al escuchar por radio que la Central de Alarmas del CBS había despachado las máquinas B17 y M13 como primeras unidades de apoyo.

 

En aquel tiempo la 18 se encontraba en plena instrucción y preparación de la especialidad hazmat, que había decidido adoptar como segunda especialidad. Considerando la poca asistencia y la magnitud del incendio que movilizaba al CBS al sector de Lo Espejo, el capitán decidió suspender el ejercicio y volver al cuartel. A las 11.35 horas, cuando las máquinas habían retornado, Jaime Miranda González se comunicó con el comandante de guardia, Sergio Caro Silva, para informarle que la compañía tenía dispuestos voluntarios capacitados en emergencias químicas. Producto de esa gestión, en ese mismo momento salió el Z18 a la emergencia y, cinco minutos más tarde, es despachada la B18, que en esos días era una máquina de reemplazo.

 

“La gigantesca columna de humo se podía apreciar en toda la ciudad. Cuando llegamos al lugar, Selim Manríquez, el cuartelero de la época, avanzó por Avenida Lo Espejo, sorteando decenas de carrobombas y, sin darnos cuenta, de repente nos vimos instalados en la puerta del incendio”, cuenta Jaime Miranda González.

 

Los carros B18 y Z18 se estacionaron y el capitán de la Decimoctava se reunió con el comandante del CBS, José Matute Mora, que ya se encontraba en el incendio. “Luego de evaluar la situación, el comandante me solicitó desplegar armadas en la bodega principal, la que contenía una gran cantidad de sustancias peligrosas no identificadas y en combustión. Desde allí se escuchaban enormes explosiones y era posible observar algunos contenedores que salían proyectados a grandes distancias”, si gue contando Jaime Miranda González, quien ante dicha orden procedió a organizar el trabajo de la compañía.

 

“Nadie sabía ni el tipo ni la cantidad de sustancias que estaban almacenadas ahí, lo que implicaba que asumiríamos una tarea sumamente riesgosa. Entonces volví a la B18 y formé a la compañía. Con la vista al frente señalé: ‘Quien esté dispuesto a ingresar al incendio que dé un paso adelante’ y, para mi sorpresa, prácticamente todos lo hicieron. No recuerdo bien el criterio que usé para seleccionar el primer equipo, pero lo que tengo claro es que no iba a arriesgar la vida de todos. Entonces designé a los que iban a cumplir esta labor y al resto le ordené desplazarse a un punto alejado, al menos a tres cuadras del incendio”, afirma el ex capitán. “Creo que ha sido uno de los incendios donde he sentido más miedo”, comenta Felipe Valenzuela. “Es la única oportunidad en mi vida bomberil en la que escuché decir a un capitán: ‘Señores, esto está fuera de control y, si explotan los químicos almacenados, volará todo a un kilómetro y medio a la redonda’. Según lo que recuerdo, eso se veía muy probable. Por esta razón, la 18 se separó en dos grupos: los primeros trabajarían dentro del incendio y los otros quedarían a la espera en caso de rescate o relevo a una distancia tal que no implicara un riesgo significativo. Cuando supe cómo nos íbamos a dividir, me enteré que mi mejor amigo, Rodrigo Ulloa, quien era ayudante de compañía en ese momento, había sido designado para quedarse en el primer grupo. Nunca podré olvidar el fuerte abrazo que nos dimos, porque la situación era tan compleja que temíamos no volver a vernos. Afortunadamente, a pesar de las grandes explosiones y el intenso fuego, no sufrimos ninguna tragedia, aunque casi todo el día trabajamos en condiciones sumamente peligrosas. Esa fue una experiencia que recordaré toda la vida”, relata el voluntario.

 

Jorge Raygada asumió la responsabilidad de guiar uno de los dos pitones que la 18 decidió armar en el interior de la bodega principal de esta empresa química. “Recuerdo que el capitán me designó para ingresar al incendio, así que desplegué mi armada junto a Osvaldo Galassi. En un primer momento trabajamos al interior de la bodega, pero parapetados detrás de un muro de hormigón y en medio de fuertes explosiones y enormes bolas de fuego. Luego comenzamos a avanzar hasta que llegamos al lugar donde se concentraban las llamas. Ahí tuvimos que soportar las altas temperaturas del ambiente. Al principio usamos agua para la extinción y luego aplicamos espuma. Nuestro trabajo duró aproximadamente media ahora y luego fuimos relevados por otros dieciochinos”. ¿Qué pasó por su cabeza en esos 30 minutos? “Mientras estábamos adentro, no tuve oportunidad de pensar mucho; la verdad es que me concentré únicamente en la tarea que me habían asignado. Afuera, luego de haber desarrollado mi trabajo, pude reflexionar y fue inevitable recordar lo que hice y sopesar la magnitud del riesgo que viví. Creo que arriesgué mucho, considerando que en esa época ya era padre de familia, pero lo hice voluntariamente porque sentí que era mi deber”, concluye Jorge Raygada.

 

Para comprender en mejor medida el escenario que se vivió en Lo Espejo, cabe destacar un informe de la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior y Seguridad Pública (Onemi) del 11 de enero de 1996, firmado por la señora Carmen Fernández Gibbs, en ese entonces jefa del Departamento de Protección Civil: “El incendio en las bodegas Mathiesen Molypac generó un conflicto de complejas características. Entre los productos involucrados se encontraban algunos de alta explosividad, los que reaccionaron el primer día, provocando explosiones de proporciones, lanzando esquirlas a gran distancia, las que provocaron el fallecimiento de una persona y dejaron varias heridas. El no contar con la información exacta de los productos involucrados al comienzo fue la principal dificultad que presentó el conflicto para lograr su control, ya que esta información es imprescindible para determinar el tipo de material para combatir el fuego (agua, polvo químico, espuma, etc.), la eventual necesidad de equipamiento especial (trajes encapsulados, mascarillas, etc.) y la toma de decisiones sobre la necesidad de evacuación de la población. Tampoco era posible determinar con exactitud y con la oportunidad necesaria el grado de toxicidad de la columna de humo”, explica el documento.

 

La Decimoctava trabajó arduamente hasta las 17.20 horas, manteniendo su puesto de relevos distante del lugar del incendio. Este fue el primer acto de servicio donde se aplicaban los procedimientos aprendidos en el proceso de la especialización hazmat. Antes de dar la retirada, en momentos que la compañía se encontraba formada y luego de felicitar a los voluntarios por el buen trabajo desempeñado, el capitán Jaime Miranda González le llamó la atención a buena parte de los 43 bomberos asistentes porque no habían cumplido con el deber de presentarse al ejercicio matinal. Entonces recalcó que los bomberos no solo deben preocuparse de apagar los incendios, sino también de entrenarse permanentemente para ello.

 

En medio de la preocupación pública, la emergencia siguió ocupando a las autoridades en las semanas siguientes, tal como lo indica el referido documento de la Onemi: “A la fecha de elaboración del presente informe, los rebrotes del incendio prácticamente han cesado, manteniéndose el tratamiento y manejo de los residuos de elementos químicos, los que pudieran ser potenciales factores de contaminación. Se está trabajando en la confinación de los residuos líquidos para evitar su infiltración a las napas subterráneas (esto adquiere especial relevancia si se considera que el abastecimiento de agua potable del sector se realiza en base a pozos). También deben ser confinados y aislados los residuos sólidos. Se está retirando la estructura siniestrada por riesgo de derrumbe y para facilitar las labores de limpieza. El Servicio de Salud Metropolitano del Ambiente realiza muestreos de los residuos sólidos, líquidos y de suelos para buscar tratamientos que neutralicen estos desechos tóxicos, apoyándose con el envío de elementos químicos quemados al laboratorio Enseco, en Estados Unidos”.



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